
JUNÍN
CALLE
Conjugando un verbo
Versalles

V-e-r-s-a-ll-e-s. A las 7:00 de la mañana se enciende el aviso de luces neón en azul, lo que indica la apertura de uno de los cafés más rememorados del pasaje Junín. Una pequeña huída de la acelerada ciudad, un rinconcito para los que tienen tiempo. Entrar es evocar la tradición, no solamente de Medellín, sino de la cultura gaucha. Allí se fusionan las costumbres argentinas y colombianas: en el aire y la ambientación del lugar, en la gastronomía, en la decoración y hasta en las propias formas de concebir un establecimiento público al servicio y la comodidad de la gente.
La nostalgia es un buen término para hablar de Versalles, dice el artículo del periódico De vueltón, que se encuentra enmarcado justo al lado de la caja registradora. Y es que, ¿cómo no sentir nostalgia? Versalles lleva un poco más de 51 años en Medellín y se ha consolidado como un lugar de tradición en la ciudad. Tradición que lleva años, “Acá todos son familia, es muy normal ver que trabajen los padres con sus hijos, o los primos, ese es un detalle único en Versalles”, así lo siente Humberto, un cliente que disfruta sin prisas su “cafecito bien caliente”, mientras observa con detenimiento el afán y atenciones que los apurados meseros desempeñan.
¡BINGO!

A trescientos la sencilla, seiscientos la tripleta y mil doscientos el tablero de nueve tablas…¡Que comience el bingo! . Libreta en mano, apunta cada número y letra, “no vaya a ser que se me quede uno sin tapar”, la rapidez con la que sus ojos se turnan entre su tablero de juego y la pantalla donde muestran las balotas, puede ser comparada con la agilidad con la que con ambas manos va rellenando cada casilla. “B5, O 72, N 33…”, con extremada tranquilidad aquella voz femenina anuncia las balotas que acaban de salir, dando espera entre balota y balota a que los jugadores revisen sus tableros, en especial aquellos que esperando tener más posibilidades, tienen hasta 3 tableros de juego.
Casilla por casilla el tablero y la libreta de apuntes se van llenando. “ G 52...G52” son lo único que sus labios pronuncian. “Siguiente balota: I 30”, un grito al otro lado del salón hace desaparecer toda concentración, ¡BINGOO! Sus ojos ya no están más en sus tableros, están en búsqueda de aquél que se atrevió a gritar Bingo antes que ella. “Verificado tabla ganadora número 478, felicidades a nuestro ganador”. Palabras que como si fueran ordenes, hacen que la libreta de apuntes se cierre y un leve suspiro la acompañe hasta la salida.
Salón de té: Astor
Junín, que más que adoptar el nombre de una batalla decisiva de las guerras de independencia suramericana, se apoderó de un pedazo de la ciudad y desde sus principios ha representado una zona destinada a la vida social en Medellín, aún cuenta con el Astor como salón de té, pero años atrás muchos más lugares acogieron a aquellos que con sus mejores prendas se sentaron pedir una taza de alta sociedad.
Blanca trabajaba en Sagabe, un almacén de electrodomésticos que daba con Colombia y Carabobo, y generalmente salía a almorzar por Junín y uno de sus lugares preferidos: el Astor. Allí podía comer un ejecutivo a un precio razonable. Muchas otras tardes, caminaba hasta Versalles por el “algo”, las empanadas argentinas, que eran su primera elección. “Tenían mucha, mucha carne y eran hojaldradas”, comenta.
Recuerda que todos iban siempre muy arreglados, porque al ir a Junín era a encontrarse con la gente, a ver y a ser visto. Inclusive, la mayoría de personas que frecuentaban Junín, encontraron en estas calles peatonales el lugar perfecto para mostrarse, coquetear, mirar, cortejar y conquistar.
Tradición, palabra que identifica al Astor desde su fundación en 1930, se ve claramente reflejada en la decoración y la calidad de los productos que allí se ofrecen, toda la arquitectura es europea pasando por la francesa, suiza e italiana. Por esto y por la serenidad de su ambiente, Alberto comenta que no hay mejor lugar para disfrutar la belleza de una buena conversación, de recuerdos de otros tiempos que se vuelven reales en un lugar que no cambia, recuerdos de tiempos en que las arrugas sólo existían en las sonrisas, y las jóvenes se sentaban a su lado a compartir un té, como en la tranquilidad del Astor.
Mientras la ciudad se expande y el centro se hace más chico, la nostalgia se pasea por Junín en forma de almas vitales y pieles arrugadas. Los ancianos son los que más frecuentan el lugar, son aquellos que cuando tenían la piel firme caminaron por Junín con su ropa nueva y saludaron a las muchachas entre risas y miradas, son quienes todavía van a “juniniar”, o a recordarlo al menos. Francisco dice que el lugar lo tiene todo, sentado en la parte frontal afirma: “uno se toma los tinticos aquí y luego, a las 6 de la tarde, se toma los aguardienticos al frente”.
Es así como la vitalidad de un viejo no se encuentra en su cuerpo sino en su mente, en sus recuerdos y memorias, en sus conocimientos, tantos momentos para compartir con quién esté dispuesto a escuchar tantas anécdotas e historias que hoy en día no constituirían más que una fantasía. Porque en las arrugas hay más que edad, más que vejez y enfermedades; en las arrugas hay experiencia, conocimiento y sabiduría.


Club Unión
Raro es entrar hoy al antiguo Club Unión sin membresía alguna, raro son esos señores que se acomodan afuera de los restaurantes para llamar a los clientes como si fueran ganado, raros los gringos que vienen a comer, raro es ver esas mujeres con pantalones apretados que no dejan mucho a la imaginación, raro los almacenes que lo llenan todo, los trabajadores del centro, los que pasan por el puente que pudo ser en su tiempo pasarela de la quinceñera que se presentaba a la sociedad y que hoy no es más que un atajo para ir de un restaurante a otro, raro es ver a subway, dogger, Mr beef’s, Brasas gourmet, Sabor y Mar entre muchos más restaurantes como oferta en la mitad del centro, raro es este agujero negro en el tiempo en el que se nos muestra la presencia de lo que algún día fue y que hoy queda reducido a un centro comercial que complementa esa Junín de vitrinas.

¿Heladería Candilejas?
El letrero aún hoy reza heladería, pero dudo que aún se vendan helados o que en algún momento se hayan vendido. Dos de la tarde, sábado, calor, ¡por favor una cerveza! El hombre de unos 65 años cuenta la historia de su vida en medio de divagaciones lejanas sobre el lugar. “Pues si mija, es que aquí viene de todo, no solo homosexuales” dice, mientras asegura que él no lo es, pero le gusta mucho el ambiente.
El gerente mira arisco como entramos a romper protocolos y hacemos que todas las miradas se fijen en este par de desconocidas que ahora están en el lugar. Entra y sale del baño, uno tras otro un montón de hombres que parecen salir de la nada como si algún túnel extraño los llevara al lugar. El hombre mayor sigue contando cuántos trabajos tuvo y por qué no tuvo pensión, poco habla ya del sitio. Y es que Candilejas es uno de los bares más antiguos de Junín y parece ser el único en el sector en el que todo está dispuesto desde las diez de la mañana para que se pueda disfrutar de una cerveza. Además el público del bar es más variado de lo que se creería, porque va desde curas y abogados hasta jornaleros.
Rosseau en Junín
Eran las 5:30 de la tarde cuando entramos a la Librería NUEVA, esa que está en Junín desde 1929 y que hace algunos años pasó a ser la Librería Científica, pero por tradición y costumbre no le pudieron cambiar el nombre.
-Señor, buenas tardes, ¿qué libros tiene de Rosseau?
-Sólo éstos –señalando dos-
-Ah, esos ya los tengo, ¿no tiene más?
-No.
-Bueno, gracias.
Nos disponíamos a salir cuando de una mesa situada en la mitad de la librería una voz gruesa cargada de experiencia y muy culta dijo:
-Le gusta Rosseau, ¿eh?
Fueron las palabras perfectas para iniciar una conversación que aunque corta fue profunda y oportuna. Por algunos minutos entonces siguieron hablando de Jean Jacques Rosseau, pasando por Maquiavelo, Kant, grupos de estudio, derecho, elecciones presidenciales…
Eran ya las 6:15 pm y ya era momento de despedirse:
-Un placer conocerlo, que esté muy bien.
-Igualmente, un gusto conversar con usted.
-Disculpe, qué pena, mi nombre es…
Y como si fuera poco, luego de una conversación con un personaje desconocido, en un lugar que no estaba en los planes, resultó siendo una charla con un tocayo.

